Mi mundo se volteó en un segundo. Pedazos del parabrisas me entraron en la boca como caramelos y el olor a plástico quemado era tan intenso que creí que iba a ser envenenado. Me solté el cinturón de seguridad y le di pérdida total a mi camioneta del ‘92. Total de verdad. Bajé la mirada y un pedazo de metal se asomaba por mi panza. Eso no estaba ahí antes, me dije. La sangre que salía de mi herida comenzó a preocuparme y no me quedó más opción que adentrarme por el bosque a buscar ayuda.
Aún escuchaba los gritos del accidente, o eso creía. Eran gritos de verdad, en otra dirección. ¿Son gritos de miedo o de alegría? ¿Va a ser este mi tormento de ahora en adelante? Con entereza decidí perseguirlos, ir en dirección de los gritos. Necesitaba ser rescatado. Cada vez el ruido era más fuerte, más voces y aplausos lo acompañaban.
Me alcanzó el dolor y con el dolor el llanto. Quería dejar algo salir que no iba a poder arrancar nunca. Me comencé a ahogar. Escupí para secar mi garganta y volver a gritar. Escupí y escupí solo para gritar una vez más. No quería ayuda, solo sufrir. Caí de rodillas pero antes de derrumbarme alguien me ofreció una cocacola zero bien fría.
"Amigo, bienvenido. Parece que estás teniendo un mal día. Pero si hay algo que puede darle la vuelta es nuestra feria local.”
“¿Feria? No busco una feria, acabo de tener un accidente de tránsito horrible. Una tragedia. Lo he perdido todo.”
“Coño, ¿qué es todo?"
“Una Wagoneer del 92’ y mi familia. Mi esposa y primogénito se mezclaron con los hierros de mi camioneta y la corteza del árbol. Siento un dolor muy grande tanto físico como espiritual.”
“Definitivamente una cagada, amigo. Déjame ayudarte,” y el samaritano trató de desencajar el pedazo de metal que tenía atravesado. Se me fueron los tiempos y nuevamente lo único que pude expulsar fue el aire de mis pulmones.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!
“Verga, de verdad que te duele qué jode. Pero creo que igual esto es una oportunidad que te podría ayudar a ganar el concurso.”
“¿Qué concurso?” pregunté.
“En la feria estamos celebrando La Llamada del Porquero™. Es un concurso donde varios participantes de diferentes rincones del país hacen sonidos para atraer a un cochino y el que lo consiga primero gana. Creo que podrías ganar.”
El Samaritano me ayudó a ponerme en pie y comenzamos a andar hacia dentro de la feria. Cojeando y con su ayuda me vi envuelto en una multitud.
“No creo poder hacerlo, amigo. Me estoy muriendo, no me queda mucho tiempo. Deberíamos llamar a una ambulancia. Aunque ahora que lo pienso no tengo seguro médico privado y de acá a que me vea un especialista en la sanidad pública seguramente me muera.”
“hmmm, no has tomado tu cocacola zero, creo que te ayudaría. Si ganas el concurso seguramente vas a sentirte mejor y el primer premio tiene una parte de dinero. De ganar creo que sobrevivirías.”
Di un sorbo de esa deliciosa bebida. Las burbujas y su dulce sabor refrescaron mi boca y la espuma entretuvo a mi lengua que venía de saborear humo y cobre. El agujero de mi estómago derramó aquel líquido vital y un pequeño puerco se me acercó a beber el riachuelo vacío de calorías que iba dejando. Luego comenzó a gruñir por mi atención.
Oink.
El samaritano cogió al cerdito en sus brazos. “Mira, ya has hecho a un amigo. Vamos a inscribirte en el concurso.”
Nos acercamos a una carpa roja con blanco alta y majestuosa como la de los torneos de caballeros. Un letrero enorme que decía La Llamada del Porquero™ pintado a mano decoraba la entrada. Todas las O eran cabezas de cerdo y la última tenía una cola en forma de resorte propia de un puerco.
Los gritos de práctica eran ensordecedores. Iba a tener 3 contrincantes: Lidia, una mujer obesa y divorciada con 3 hijos —cada uno más redondo que el otro— iba a usar el talento que le permitía obligarlos a lavarse los dientes para ganar. Tal era el ímpetu de sus gritos que los vecinos sentían el llamado a obedecer las órdenes que ella berraba a sus hijos y hasta terminaban haciendo tareas con ejercicios de polinomios, la Resolvente y acostándose a las 9. Otro era Ramiro el sordociego del pueblo, un hombre en silla de ruedas que gritaba ocasionalmente producto del vacío de su existencia, un claro favorito que nunca había tenido la suerte de sincronizar sus crisis mentales con el evento. Esta era la quinta edición que su hermano menor lo acercaba para participar.
El último competidor era un granjero profesional. Su nombre era Julián Ganadero, un claro ejemplo de determinismo nominativo. Venía de una generación de criadores de puercos y primos que muchos en el pueblo creían que la línea entre hombre y animal se había vuelto tan borrosa como la definición de incesto en esa finca. Había rumores que el mismísimo Julián tenía la laringe de un cerdo y hablaba su idioma. Era el campeón imbatido desde hace 24 años. Era un hombre poco agradecido, con un rostro duro al que varias prostitutas habían acusado de tener una cola, le decían “el coletas” a sus espaldas aunque era calvo como una bola e igual de sudao’.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH! Gritó Lidia.
Ramiró callao’. No era su día. “¿Otra vez me vas a hacer esta vaina, coñoetumadre?” le reclamó su hermano que no reaccionaba ni a los pellizcos más crueles.
El público rugía, pero más rugía Julián que les juro que gritaba literalmente como un cerdo. Era tal la similitud que todos los rumores se sintieron inferiores a la realidad. Esto no era un hombre, era un cochino que había volteado el orden natural de las cosas en medio de una sangrienta rebelión. Y en lo más profundo de mi ser la baja vibración de su interminable oink tenía hasta un aliciente afrodisíaco. Algo en mi cerebro reptiliano me garantizaba que los cerdos se acercaban más por puercos que por cerdos.
OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOINK! gritó Julián.
Yo me seguía desangrando y estaba muy triste porque yo les juro que amaba a mi familia y a mi camioneta. Quería retroceder el tiempo para rescatar esos momentos así fuera una última vez. Volver a ese día que mi esposa me despertó a mitad de la noche para decirme que me quería. Volver a ver a mi hijo reír, volver a verlo correr, volver a verlo crecer, volver a sentirme completo. Al menos este dolor era solo mío, nadie iba a tener que compartir este vacío. Me puse a llorar en silenció, rodeado de gritos y cochinos. Me quería morir e iba a hacerlo ahí mismo. Con las pocas fuerzas que me quedaban tiré del pedazo de carrocería atorado en mis abdominales. Sufrí. No salía. Seguí tirando e hice de tripas corazón. Tiré y tiré. Grité. Finalmente parecía que iba a moverse, que iba a ceder unos centímetros cuando un dolor aún más fuerte comenzó a perforarme el cerebro. Venía de mis oídos. Era por mis gritos, un un dolor distinto pero mejor que el que sufría por dentro. Era un nuevo dolor que era tanto un dolor como un alivio. Grité más y más duro pero por más fuerte que fueran mis gritos nunca iban a hacerme olvidar lo que había vivido y todo lo que no podría vivir. Maldije ese dolor que no se iba a ir a ningún lado, no como el dolor que se esfumó tan pronto me quedé sin aire.
No sé en qué momento se me fueron los tiempos, pero me despertaron las lamidas del cerdito que buscaba refrescarse con la cocacola zero que seguro se seguía filtrando en mi barriga, corroyendo el óxido de ese pedazo de Wagoneer del 92’ que seguramente debí haberle hecho mejor mantenimiento o haber reemplazado por un Toyota. Esos no joden, los japoneses saben su vaina, por eso es que dicen トヨタはトヨタです.
“¡Ganaste!” dijo el Samaritano. “Luego de 24 años finalmente hay un nuevo campeón de La LLamada del Porquero™.”
El trofeo era bastante grande y tradicional, solo tenía la particularidad de tener una nariz de cochino. Venía con un cheque gigante que usé de muleta para acercarme al podio. Subí al primer lugar para hacerme un par de fotos junto a Julián, Lidia y sus hijos. El pueblo nos aplaudió con energía y muchísimo cariño. Julián estaba feliz de tener algo de competencia. “Me thiento aliviiado. Haber thido campeón todoz eztoth añoz era mucha prethiión. Ahora zí que podré dehcanzar. Ethtoy muy contento por ti, ez una nueva etapa para laz competenthiaz de llamar cerdoz. Podría revolcarme en el barro de la alegría, no que ezo thea algo que yo haga de vez en cuando ni mucho meno’ pero cambiemo’ el tema, ¿te pareze? Felicidadez.”
Desde el podio aún podía ver el bosque y el humo del incendio que mi accidente posiblemente había provocado. Suspiré abrazando mi trofeo y mi cheque.
El samaritano se me acercó una vez más para ver que no necesitara nada. “Amigo, ¿quieres que llame a una ambulancia?”
“Verga, sería buenísimo. Lo otro que me provoca es otra cocacola zero bien fría. De verdad que es una bebida sorpresivamente refrescante y deliciosa considerando que no tiene azúcares añadidos.”
Fin.
Una Bulla
Gracias por el apoyo a: Carlos, Malbanyat, Ciro, Daniel, Daniel C., Daniel P., Elena, Elias, Fabian, Guillermo, Hugo, Isni, Jose, Jose Javier, Juan, Lino, Melecio, Moi, Nei, Paolo, Ricardo y Rodrigo. lqm 🙏
“los japoneses saben su vaina, por eso es que dicen トヨタはトヨタです.” Abdjjsjajaj
Una joya: “Algo en mi cerebro reptiliano me garantizaba que los cerdos se acercaban más por puercos que por cerdos” me encantó!