Tuve suerte y me dijeron que me tocaba llevar las servilletas a la fiesta del salón. Íbamos a celebrar Carnaval en el patio del recreo y me disfracé del Zorro, pero al llegar todos me dijeron que era el Sargento García. Ahogué mi tristeza con un puño de pasta seca y un vaso de Frescolita, el aguardiente de los gordos.
Comenzó la música y el DJ de la miniteca arrancó con un techno-merengue. Me llené de valor y le dije a la chica más hermosa de toda la escuela que si quería bailar conmigo. Me dijo que ni de vaina. No me quedó más que irme a sentar en la primera silla blanca de monobloc disponible, pero me olvidé de revisar que fuera lo suficientemente robusta para soportar el peso de mi trasero y —más importante todavía— de mi alma. No lo era.
Tan pronto solté mi peso, el plástico cedió inmediatamente y mi culo siguió de largo contra la baldosa que rompió en mil pedazos. No me detuve ahí, la fuerza de mi caída fue suficiente para perforar los cimientos de la construcción del Colegio Santo Tomás de Villanueva y adentrarme por debajo de la superficie terrestre. Sedimentos, huesos de dinosaurios y petróleo no pudieron frenar mi movimiento de aceleración uniforme y solo tenía la silla de monobloc para protegerme. Mis conocimientos de Matemática y Educación para el Trabajo me permitieron calcular en T≈84.3 minutos lo que le tomaría a mis nalgas el viaje cruzando corteza, manto, núcleo externo y núcleo central de nuestro planeta hasta salir del otro lado. No acabó ahí. El vapor que me envolvió producto del intercambio de energía entre el calor y el agua era evidencia que había traspasado y que la caída no estaba perdiendo fuerza, al contrario. Los planes que había confeccionado de nadar hasta Madagascar y empezar una nueva vida en el continente africano se fueron a la mierda.
Comencé a ganar altura y aguanté la respiración lo mejor que pude. Me tapé la nariz para resistir la pérdida de la atmósfera. En medio de esa ilusión de suspensión en el espacio, desde mi silla monobloc pude apreciar la belleza de nuestro planeta, un punto azul en medio de un manto de oscuridad. Todos mis dolores, amores y temores habitaban ahí. Sentí un alivio gigantesco al saber que me encontraba lejos de aquella fiesta y mi trayectoria se encaminaba hacia el Sol.
Fin.
Lo anterior fue una pieza de ficción, lo único que es verdad es que existe el Colegio Santo Tomás de Villanueva, donde estudié. Eso, y que la Frescolita es el aguardiente de los gordos.
Una Bulla
Gracias por el apoyo a: Lui, Daniel, Ricardo, Paolo, Jose, Elias, Carlos, Elena, Malbanyat, Guillermo, Rodrigo, Isni, Juan, Arcadio y Luismi. lqm. 🙏
Jajajjajajajajajajajaja!!!!!!!!
Jaja, el aguardiente de los gordos. Buenísima historia, pero no te niego que me hubiera gustado saber cómo te hubieran recibido en Madagascar vestido como el Zorro 🤣