El jueves pasado mi abuela de 87 años fue al médico a vacunarse de la gripe, cosa que le da muchos nervios porque la televisión española y las cadenas de whatsapp aman cuestionar las vacunas, cualquier vacuna, incluso la de la gripe. Ella sufre de hipertensión y cuando llegó al hospital y la primera lectura le encontró la tensión por encima de 180 (un valor saludable es ~120) aprovechó la situación para comentarle a la doctora que desde hace un año cuando se esforzaba sentía una presión en el pecho muy grande y no le había contado a nadie. Bueno, las próximas 12 horas mi abuela las pasó internada y de esas 12h yo pasé 6 en el suelo porque no había una silla disponible en la sala de urgencias en el hospital.
Mientras estaba sentado ahí bajo la luz blanca y pulcra del hospital tuve un pensamiento bastante claro: así luce la línea de llegada. No lo decía por la condición de mi abuela, sino que por más que nos pongamos a imaginar nuestro adiós, lo más seguro es que es en una sala de esas. Podemos no pensar en eso, tenerle miedo y no imaginarlo nunca, pero en caso que lo quieras imaginar, es una habitación, con una cama y bastante luz. No hay mucho más, no es un mal final, un peor final es gritando ARRRRGHHHH!!!! o esto:
Le dieron medicación para bajarle la tensión, la vio un cardiólogo y la tensión le bajó un poquito. Le dieron un poco más de medicación y ya se venía la hora de darle de alta porque le bajó a 130, luego bajó a 110. La vestimos, se fue a poner de pie y mi abuela procedió a desmayarse, la tensión le bajó a 67. Pero no fue un desmayo de película, ella simplemente se acostó en la cama y los enfermeros comenzaron a moverse como mecánicos de una escudería de Fórmula 1. Aprovecho para comentar que me alegra que la carrera de Las Vegas no resultó ser una cagada. Le pregunté si estaba bien y ella con una sonrisa me dijo “estoy bien”. No lo estaba, claramente, y cerró los ojos para quedar dormida.
Nada, a las 2 de la mañana yo ya no tenía mucha energía pero tenía suficiente energía para entender perfectamente mi abuela pudiera estar teniendo un infarto fulminante y estos eran sus últimos segundos. Pero no lo eran. No solo porque se recuperó en un cuarto de hora, sino que ella estaba desmayada con una tranquilidad envidiable. Yo no perdí la cabeza ni muchísimo menos, solo asumí la seriedad del asunto.
Lo que sea que estaba pasando en ese momento ella no lo estaba experimentando. La muerte no es algo que experimentamos, es algo que le entregamos a los que nos rodean. No es parte de nuestras vidas, es el final de la misma. Yo cuido a mi abuela desde hace un par de años y soy testigo de sus dolores, cansancios y las frustraciones de la edad. Más allá de la tristeza que uno puede sentir en caso de una pérdida, hay cierto sufrimiento que viene con estar vivo, y ese sufrimiento eventualmente tendrá un alivio para el que lo sufre. No es un alivio para los que dependen, necesitan y aman a esa persona, claro. La muerte es un amor que no sabe a dónde ir y se vuelve luto, parafraseando nada más y nada menos que WANDAVISION.
Pero mi abuela no se murió, se despertó y al ver que había recaído y tenía una vez más una aguja en las venas aprovechó para decirme “que se sepa que viví una vida larga, con un marido maravilloso que extraño, una hija increíble y dos nietos hermosos” (yo soy uno de los nietos, la otra es mi hermana que es considerablemente más linda que yo).
Mi abuela no dijo “qué grande era la casa que tenía en Caracas”, el tamaño de su closet en algún momento o el balance de la cuenta bancaria de la familia, y tampoco se recordó de sus enemigos. En lo que tal vez ella veía como una de las pocas oportunidades de dejar una última declaración solo quiso saludar a la gente que quiere mucho.
Ya está bien, de hecho ahora está viendo televisión y le dieron una pastilla para esa presión de pecho que no es más que un efecto secundario de su hipertensión. Qué viva la medicina moderna, amiguitos. Seguro se desmayó más por levantarse rápido de la cama y no haber comido en todo el día que por su corazón, pero créanme que la lectura que podías tener estando en esa habitación era la del final de su carrera de abuela.
Sin embargo, y lo digo sin pesimismo alguno, ese día llegará, no solo para ella sino para mí. No te quiero arruinar la lectura, pero también para ti. Lo más seguro es que la situación que describí no sea dramáticamente diferente, al menos no la veo siendo ejecutada en el Toro de Fálaris. Ahora bien, podemos escondernos en una esquina a esperar con miedo o aceptar el regalo que es cada día con agradecimiento.
El 30 de julio compartí una entrevista de Stephen Colbert,
En esta entrevista habla de la muerte de su hermano cuando Anderson Cooper le pregunta sobre su frase "¿Qué castigos de Dios no son regalos?” Debo admitir que me costó digerirlo, y no lo sentí como algo obvio sino como un concepto que solo podía entender gracias al lente de una lectura filosófica casi académica. Pero ahora no solo lo entiendo, sino que siento que es parte fundamental de la vida, y era una perspectiva ajena porque de jóvenes somos inmortales y de adultos tenemos miedo a perder esa inmortalidad que poco a poco es limada por la edad.
No todos los días podré estar feliz, pero todos los días estoy agradecido por el cariño que me ha rodeado y me rodea. Es un regalo tan grande que solo me queda dar lo mejor de mí para sentir que de verdad me lo merezco. Y tú también puedes hacer lo mismo. Es fácil hacerlo, hasta se podría decir que es gratis, pero no lo es. El precio que pagamos es nuestra mortalidad.
Hay mucho pato alardeando de bugattis, mocasines que se usan sin medias y relojes en Internet. Sí, todos esos peroles son caros, pero no son valiosos.
Muchas gracias por leerme, amiguitos de internet. Espero tengan un buen día luego de leer esto. 🎩👌
Una Bulla
Gracias por el apoyo a: Juan, Daniel, Ricardo, Paolo, Jose, Elias, Carlos, Elena, malbanyat, Ro, Guillermo, Daniel, Isni y Luismi. lqm. 🙏
Esta es sin duda mi publicación favorita de Hammerspace. Salu3!!
Increíble