Acordamos pasar un par de horas al día siguiente para recoger objetos de valor, pero solo de valor sentimental. Aunque en esta familia el valor sentimental de algo usualmente estaba atado al valor que se podría conseguir en el mercado. Sentí un alivio muy grande al salir de la casa aún sabiendo que iba a tener que volver al día siguiente para deshuesar cachos y vasos junto a mis hermanos. Asumí que era una respuesta fisiológica a viejos recuerdos, pero la incomodidad parecía venir de algo a mí alrededor que el alcohol no pudo entumecer. Mi familia nunca se ha permitido ser supersticiosa, mucho menos religiosa. Creer en fábulas y cuentos de camino harían mi trabajo más difícil, y creer que existe un Dios dispuesto a castigarnos una vez pasemos a mejor vida dejaría desempleado al resto en caso de querer alcanzar el Cielo.
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